Una escuela de oportunidades

“La educación no crea al ser humano, le ayuda a crearse a sí mismo”
Maurice Debesse

Los tiempos pandémicos nos han hecho reflexionar y observar mucho más nuestro quehacer educativo. Este tiempo de encierro, de soledad compartida, de encuentro distante nos posibilitó pensar un cambio. Si bien la educación ya estaba en crisis, hoy se visualiza aún más. Es real que hablar de educación se ha tornado un diálogo social y si bien no está mal, el concepto de educación y sus posibles alternativas genera una opinión constante de agentes internos y externos que desean dar a conocer sus palabras. Esto me lleva al pensamiento que más allá de populares y eruditos, todos queremos enfrentar esta crisis y darle un salto de conciencia y contenido para mejorar la situación general. Si mi afirmación es coincidente con una realidad, entonces lector, te invito a sumarte a la iniciativa del cambio.

Siendo críticos con nosotros mismos, podemos visualizar que se mantiene la misma educación, el mismo sistema educativo, que recibimos en los 90’ quienes hoy estamos en rol de educadores y hasta en el concepto central, con algunas pinceladas, la misma educación que se recibía en los 60’. El pleno siglo XXI y sus características globales, más allá de la situación concreta de estos últimos años, nos presenta en un barco de oportunidades y si la educación no aprovecha este tiempo para girar el timón y dar cauce a este nuevo paradigma de oportunidades quedaremos otra vez a la deriva. Es tiempo de hacer un cambio sustancial o habremos perdido posiblemente una oportunidad gigantesca. Es tiempo de generar oportunidades y sobre todo de exponer y entender una Escuela desde ese sentido. Es tiempo de creer y crear la escuela como un lugar de oportunidades.

Nuestra generación puede hacerlo. Debemos creer en ello. Somos los actores de cambio de este momento, vestidos y engalanados debemos prepararnos para subir al escenario educativo que nos convoca, considerémonos generadores de propuestas en el campo educativo. ¿Quiénes si no nosotros para llevarlo adelante y abrir el telón de la propuesta de cambio? Cambiemos desde los conceptos y cambiemos desde nuestros accionares, nuestros pensamientos más intrínsecos. Hay que aprovechar y animarse, hay que poner en práctica sueños.

En pleno siglo XXI y con el transcurso histórico de la educación, la escuela no puede seguir siendo el lugar del conocimiento, es más, me atrevo a decir que ya no lo es. La escuela en cambio, debe transformarse y aprovechar este tiempo para proponer el cambio. La escuela debe ser el lugar del aprendizaje, que es bien distinto. El espacio físico como escuela quedó tras esta pandemia muy cuestionado pero también entendido como muy necesario. Si el encuentro con los demás fue el factor detonante de ausencia simbólica y representativa a la vez, entonces, el “ir a la escuela”, cobra sentido. El encuentro es importante. Pero, ¿qué importancia puede tener si luego las prácticas educativas se mantienen como históricamente se han desarrollado? No quiero volver al concepto de escuela como depósito, o como lugar de mantención de los niños y las niñas mientras los padres trabajan, pues, lamentablemente en nuestro país por los últimos acontecimientos pareciera que esa idea ha cobrado vida. La escuela es un espacio mucho más abarcativo y eso debemos demostrarlo, generándolo, sobre todo, porque el concepto de escuela debe involucrarse de manera amatoria con el de aprendizaje más que con el de conocimiento.

Aprender a aprender, que tantas veces lo hemos escuchado, es justamente aprender a tener las posibilidades y herramientas para desenvolverme en la vida. Es aprender a ser persona, a trabajar en equipo, a fracasar, caerse y volverse a levantar para seguirlo intentando. A reinventarse, a soñar, a entenderme y entendernos. En definitiva, la escuela debe ser el lugar de educar para la vida y de aprender a lograrlo. El conocimiento se puede adquirir de variables funcionalidades, el educador es un promotor de ellas, es quien acompaña, pero no quien alumbra. Ese concepto caduco de la instancia educativa, del aprendizaje a través del conocimiento adquirido, depositado, nos mantiene (aunque lo neguemos) en el pensamiento durkheimiano de trasposición. Además, así el educador es quien sabe y el educando quien aprende. La nueva educación debe exponer un educador activo y más cercano, donde el error también exista, donde el juego sea parte del ensayo educativo y donde los saberes circulen más democráticamente. El que no hace no se equivoca y equivocarse está bien, porque justamente es la oportunidad de generar el aprendizaje. La escuela debe ser ese lugar que nos permita equivocarnos y nuestros estudiantes sepan, pueden equivocarse. Porque si lo supiera todo, si se supiera todo, si tuviéramos todos los conocimientos (como está ocurriendo hoy en día con la accesibilidad tecnológica y las posibilidades de búsqueda en la web) ¿cuál sería el sentido de que estuviera ahí y asistiera diariamente a un encuentro virtual o presencial a mi escuela? y más conflictivo, ¿cuál sería el sentido de la propia escuela? Y lo mismo a plantear con los educadores. El error es parte del camino y el equivocarse nos forja a continuar, modificarnos y transformanos. El mostrarnos en el acierto y en error, profesionales sí, pero humanos también, nos hace justamente que ese ejemplo se torne un valor, el valor de la oportunidad de hacer y de saber que si me equivoco, el educador que tengo como referente me estará apuntalando y acompañando. Si únicamente se dirige para señalar los errores, para marcar mis dificultades, mis debilidades, pues entonces, ¿qué oportunidad de equivocarme me deja? al contrario, estaremos siempre esperando que nuestros estudiantes digan aquello que “es correcto” y estamos al mismo tiempo eliminando su capacidad reflexiva, crítica y cuestionadora. Este siglo, esta nueva educación, no debe pretender que tengamos reproductores de conocimientos, al contrario, debemos apostar a generar experiencias enriquecedoras de aprendizaje, donde todos y todas tengan las mismas oportunidades de crecer como personas, educando para la vida. Es importante equivocarse por hacer y no que la parálisis nos genere miedo de equivocarnos, porque así no aprendemos, lo único que generamos es temor al aprendizaje, a que me digan que no, a que me marquen en el error y ante eso, prefiero no decir, no hablar, no criticar, ni cuestionar y lo que es peor, no reflexionar. Estaríamos enmarcando una educación en criterios pasivos y no activos, no caigamos en el error, hagamos una educación en movimiento. Seamos actores de pensamientos, cuestionemos nuestros propios cuestionamientos y aprovechemos la oportunidad de exponer un nuevo cambio hasta en nosotros mismos.

Pensemos en las escuelas al revés. Ya existe esta oportunidad cómo lo expuesto por la Khan Academy, donde el eje de desarrollo educativo como concepto propiamente de aprendizaje basa en formular el ejercicio estructural al revés, se estudia en la casa y se trabaja en la escuela y no, como prevalece en la actualidad, se estudia en la escuela y se trabaja en la casa, con lo que identificamos popularmente como deberes. Que sean instancias donde nuestros estudiantes aprovechen su tiempo fuera de la escuela y que ese tiempo sea productivo para experimentar, para investigar, para obtener los conocimientos que luego serán pertinentes para los fructíferos debates, exposiciones y encuentros con sus pares a desarrollar en la escuela. Generemos aprendizajes que sirvan para desenvolverse por sí mismos, para que puedan aplicar ese conocimiento cuando les sea necesario, cuando necesiten resolver un conflicto. Y para ello, lo fundamental es aprender cómo hacerlo y no reproducir lo dicho o evitar el conflicto por justamente, no saber cómo hacerlo. Promovamos el hacer, la acción y la reflexión. Al hacer reflexionamos sobre esa acción y eso genera un nuevo pensamiento que adquirimos por aprendizaje de esa acción. Este concepto de acción – reflexión – acción – reflexión, llevémoslo al aula, como motor educativo, como modelo de aprendizaje, dejemos que sean sus propias acciones las que los lleven a sus reflexiones y seamos nosotros educadores que acompañan, que caminan juntos, potenciando las propias huellas de nuestros estudiantes.

Me animo a decir que la nueva educación debe privilegiar el trabajo en conjunto, dejemos el banco aislado, el banco en solitario, el conocimiento único. Apostemos al aprendizaje en conjunto, al crecimiento entre todos, al sentimiento de nosotros y no de tú, él o ella. Forjemos mesas de trabajos donde esos conocimientos sean compartidos y aprendidos entre todos y todas en comunión educativa. Apostemos a aprendizajes basado en proyectos, investiguemos para aprender y para aprender cómo hacerlo. Unifiquemos materias o áreas de pensamiento en base a temas, si en definitiva, nuestro cerebro no se utiliza fraccionado, no aprendemos por separado, apostemos a las competencias como eje central de aprendizaje. Y sobre todo, que la escuela sea un espacio donde quiera estar, donde me sienta parte y también, por qué no, que sea divertido. En aquellos lugares donde me siento bien, donde disfruto es donde quiero estar y más que nada, quiero volver. El juego, la acción lúdica como motor de encuentro, como estructura también de pensamiento. No estamos acostumbrados a verlo y si vemos a un educador que juega en su aula suponemos “está perdiendo el tiempo”. El tiempo lo ha ganado en proponer una instancia distinta a la acostumbrada y cuestionar las estructuras rígidas demostrando que jugando se aprende. La acción lúdica puede aunar mucho más entre los y las estudiantes y generar muchos más aprendizajes que miles de palabras escritas en un pizarrón.

 Que este tiempo nos colabore y desafíe, que nos impulse y nos de alas de renovación, que nos dé el valor y la confianza de abrir el telón, de apostar al cambio, de jugar y de soñar. Pues, “la escuela que imagino está llena de juegos y colaboración”, Salman Khan.


Agradezco las infinitas charlas, debates, discusiones y conversaciones (que espero jamás terminen) con el Lic. Gonzalo Brusco quien fue el promotor de darme la oportunidad de poner en palabras estas reflexiones. 

About Prof. Pablo A. Rey Ríos

En el tránsito de su experiencia educativa, Pablo ha logrado llevar adelantes múltiples proyectos educativos de alto impacto tanto en el plano formal como no formal. Docente de Literatura, involucrado y formado en metodologías pedagógicas activas para el siglo XXI, actualmente se desempeña como docente y desarrollando roles de gestión y asesoramiento pedagógico tanto en instituciones públicas como privadas de Montevideo

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