Propongamos un juego

“Desde el juego más complicado hasta el más simple habíamos entrado, mientras jugábamos, en un territorio exclusivamente nuestro que era importante mientras el juego durase.”

Julio Cortázar

 

La niñez es parte del juego

Cuando atravesamos la niñez, el juego aparece como una instancia cotidiana donde desarrollamos la imaginación, el encuentro, el disfrute, la frustración, generamos experiencias y aprendemos a jugar conmigo y con los demás. Al crecer, en muchas ocasiones, el juego se transforma en una instancia lejana, de un tiempo posiblemente perdido o escapado, escondido tras un árbol esperando que salga a la cuenta de diez. Muchas veces no nos animamos a salir porque tememos que nos piquen por todos los compas, que nos manchen y tenerla que quedar o caernos al tomar la piedra del casillero por intentar llegar al cielo. Pero si nos animamos a jugar, si nos animamos a salir a buscar, si corremos para manchar o si seguimos saltando, posiblemente lleguemos al cielo. Y la instancia de jugar nos habrá devuelto aquellas experiencias que hemos aprendido y que quedan guardadas en nuestra niñez. Así, habremos vuelto a jugar y sobre todo, a ser parte del juego.

La posibilidad de encontrarnos en el juego con nuestros niños y nuestras niñas, de jugar con ellos y ellas, de tomarnos ese tiempo para buscarlos, para que nos manchen o para acompañarlos al cielo saltando de a un pie, nos genera una nueva experiencia, una experiencia compartida, una experiencia que muchas veces es la que más necesitan, la que más desean y nosotros también. Jugar con nuestros hijos y nuestras hijas, dedicarles ese tiempo, compartirlo, entenderlo, continuarlo y hacerlo parte de nuestra vida, de nuestra rutina, nos mantiene unidos en la niñez. Es importante y es necesario jugar, invitar al juego y ser invitado a jugar. No necesitamos más que un tiempo y un espacio. Con elementos simples y sencillos, recuperemos el juego. Compartamos el juego, juguemos con ellos y ellas. 

Todos podemos contar hasta diez…

 

Propongamos un juego

En un agosto muy particular y en el marco del día de la niñez, escribí este cuento breve que les acabo de compartir. 

De algún modo quería, necesitaba, compartir con las familias de la institución en la que me desempeño como educador, un pensamiento, una reflexión y sobre todo, una experiencia, un modo de entender la vida y la educación relacionada al juego, un lema, leit motiv que me ha acompañado desde muy temprana edad: “la vida es un juego”.

Y esto no remite a las coordenadas de libre albedrío o de simplismo en divertimento. O al menos no únicamente. El valor del juego en nuestras vidas es mucho mayor que eso. 

Además del contenido lúdico, el juego contiene un espíritu de encuentro, de acompañamiento, de compartir, de trabajo en equipo, de risas, de frustraciones, de resoluciones a conflictos, de tránsito, de ejercicio, de cuestionamientos propios y con otros, de creatividad e imaginación, de logros, de pérdidas, de cansancio y agotamiento, de volver a jugar y tantas cosas más que podemos imaginar y sobre todo, recordar. Pues recordar es volver a pasar por el corazón y son aquellas experiencias sanas, gratas, a las que deseo retornar y quedarme. Son esas instancias de encuentro, de recorrido, de saltos, agachadas, triunfos y derrotas que solamente al mencionarlas, yo, tú lector y a quien se lo mencionemos, lo hará retornar a algún espacio en su memoria.

Es en relación a esto que en referencia al marco educativo, propongo y deseo invitarnos. Porque debemos proponer un juego. Nuestra escuela, tradicional y Vareliana, con sus modificaciones e intentos de deconstrucción, con sus tenues procesos también de ruptura en los últimos posiblemente 20 o 30 años, de todos modos, mantiene estructuras solidificadas a raíz de aquellos sistemas de enseñanza que se transmiten con el tiempo y que nosotros y nosotras, educadores y educadoras de hoy, nos hemos formado y transitado tanto en educación escolar como en educación profesional. Además, el juego en la escuela durante mucho tiempo ha sido visto como una pérdida de tiempo. Si un niño, una niña, al retorno a su hogar, su familia le pregunta; ¿qué hiciste hoy en la escuela? y el niño o la niña responde; – jugamos – posiblemente (lamentablemente, seguramente) puede ser interpretado como un día sin aprendizajes o aún peor; el niño, la niña, hoy no hizo nada en la escuela. Y la respuesta, con este pensamiento, no concierne solamente al adulto, pues, el niño o la niña podría haber respondido; – nada, solo jugamos – Así, la escuela se ha convertido en un espacio únicamente de saberes académicos, de saberes rígidos y transmisibles como pasando por un cuello de botella que al llegar al envase va llenando ese espacio llegando a todos los bordes y empapando exactamente de lo mismo a todo el contenido supuestamente vacío. Llenando saberes hasta que nuevamente se llegue al mismo cuello de botella por el que ingresa y de “tanto saber”, se desborde. Desborde que seguramente sea olvidado, perdido en el recuerdo y jamás retornado, porque aunque dicen que el saber no ocupa lugar, el lugar que ocupe debe tener relevancia para la vida que desarrolle. Porque de este modo, lo que estamos haciendo es olvidando lo que en algún momento nos dio una experiencia distinta, diferente, gratificante y que sin duda hemos aprendido de él, el juego.

Nuestra cultura limita muchas veces la relación juego-escuela porque la idea “de jugar”, está menospreciada. Se juega en la plaza, se juega en un campo deportivo, se juega en un patio, se juega en el recreo (si es en el patio), pero no se juega en el aula. Esta ideología del espacio para el juego y su limitante al ingreso al aula está asignada a la distracción. En el aula, la atención es significativa para la secuencia de los aprendizajes y según los y las, más tradicionales educadores y educadoras, si jugamos en la clase los niños y las niñas se distraen. La capacidad de atención de cualquier individuo está directamente relacionada con nuestro sentido del interés. Sin lugar a dudas, tendremos una mayor atención en aquello que nos interesa que en aquello que no nos interesa. De este modo, la rivalidad aula-juego y atención-motivación (interés-desinterés) me lleva a las siguientes preguntas, ¿nunca ponemos atención en los juegos? ¿no es posible concentrarme (capacidad de atención) mientras jugamos? ¿Es realmente incompatible el aula y el juego o es más una cuestión de comodidad y sedentarismo mecánico automático docente?

La propuesta lúdica en el aula, el desarrollo de una pedagogía lúdica, aumenta la motivación en el aprendizaje y el entusiasmo gana en atención más que en dispersión o desatención. Esto se da, justamente, porque como seres homoludens, el juego es parte de nuestra vida y de nuestro crecimiento, de nuestras instancias más mínimas de la niñez. El sentir que ante un juego propuesto cae la atención es un prejuicio adulto. Es tras el corte del pasaje de niñez a adultez donde el entretenimiento se ve como ocio, se ve como pérdida de tiempo. Para los niños y para las niñas, las instancias más significativas en la escuela se exponen jugando. Desarrolla su competencia social, su competencia emocional, desarrolla la creatividad y la imaginación. Les permite equivocarse en medio de una risa y resolver ese error con la ayuda y colaboración de sus pares. El juego, en su concepto más propio, nos organiza, nos expone reglas, instancias, turnos, metas, etc. Para todo prestamos atención, justamente, porque nos mantiene atentos a poder saber y componer el desarrollo de ese juego. La incorporación lúdica en el aula rompe con los sistemas de aprendizaje más tradicionales y tiene como objetivo un aprendizaje en el recorrido más que en la meta. Cada cual, con su ficha y con su color, en su tiempo y a la velocidad que su propio dado le vaya indicando transitar por los saberes y experiencias educativas que lo vayan haciendo avanzar casillero a casillero acompañado de otros y otras que también están jugando a su alrededor. Los niños y las niñas, con el juego instaurado y en función de un mismo objetivo, podrán observarse como componentes de ese mismo juego en la mecánica de un desarrollo donde se disfruta jugando, por lo cual, el final marcará el término del juego y el fin de la experiencia. Así, el transcurso es lo que nos hace estar atentos, a cada desafío, a cada saber, a cada problema, a cada instancia a resolver. El objetivo no es que algunos lleguen sino que todos y todas puedan llegar. Desde ese lugar, el educador y/o la educadora que acompaña el juego tiene la posibilidad de transitarlo con sus propios y propias estudiantes visualizando en qué casilleros debe intervenir, donde se han quedado y hacia donde deben y pueden avanzar. Al convertir el juego en una actividad cotidiana del aula, despierta el entusiasmo de todo niño y de toda niña de querer volver a la escuela, de querer continuar con el tablero y el recorrido. La voluntad del docente debe estar en justamente “proponer el juego”, que nunca se acabe o que en su defecto, siempre tenga un mejor y mayor recorrido para continuar desafiando a sus estudiantes. De este modo, transformar el sentido educativo desde la palabra se hace posible y así, “hoy jugué todo el día en la escuela” pasa a ser parte del aprendizaje. 

La escuela, como lugar, como espacio de encuentro, debe ser aquel a donde yo quiera ir, a donde yo quiera volver, a donde yo quiera quedarme, de aquel donde guarde mis mayores recuerdos y donde vaya transitado realmente mi crecimiento para la persona que estoy siendo. La escuela no se puede fundar tras una pantalla distantes de quien tengo al lado (al lado no en un recuadro a veces silenciado, a veces hablando y/o de cámara encendida-apagada). La escuela es un lugar. La escuela es encuentro, la escuela es risas, la escuela es frustración, la escuela es acompañamiento, la escuela es unión, acuerdos, desacuerdos, recomponerse, tránsito, experiencia y todo esto es, siempre, con otros y con otras, en la escuela. Celebremos al escuchar, “hoy la maestra/ el maestro nos propuso un juego”, “nos juntamos en la escuela a jugar”, “en la escuela nos divertimos jugando”. En ese juego se han comprendido miles de aprendizajes. Aprendizajes para la vida.    

 

“Todos los aprendizajes más importantes de la vida se hacen jugando”.

Francesco Tonucci

About Prof. Pablo A. Rey Ríos

En el tránsito de su experiencia educativa, Pablo ha logrado llevar adelantes múltiples proyectos educativos de alto impacto tanto en el plano formal como no formal. Docente de Literatura, involucrado y formado en metodologías pedagógicas activas para el siglo XXI, actualmente se desempeña como docente y desarrollando roles de gestión y asesoramiento pedagógico tanto en instituciones públicas como privadas de Montevideo

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