En un mismo lenguaje

Reflexiones a partir de la conferencia del profesor y pedagogo Carlos Skliar, 2019  

“Cada palabra proviene de la boca que la pronuncia”, Friedrich Nietzsche

Mi vinculación con Carlos Skliar (aunque él no lo sepa) viene ya desde hace varios años, pues lo entiendo como un educador de vanguardia en exposición pedagógica. Reflexivo, apasionado, expositivo con claridad y transparencia, un entendido en el diálogo permanente de nuestro siglo con la educación desde un lugar “diferente”.

La elección de esta conferencia para el desarrollo de estas líneas de comentario y reflexión, son en base a una búsqueda también y acompañamiento al pensamiento de este autor en una escuela de inclusión, de educadores en un mismo lenguaje. Tema tan importante como discutido en el escenario actual donde los educadores estamos buscando, implementando, sugiriendo, comprobando, aprobando o desaprobando estrategias, herramientas, acciones, experiencias en tránsito a una escuela de inclusión, a una escuela en la diferencia. 

Entiendo a nuestra escuela hoy, a nuestra educación hoy, basada en paradigmas de proceso con cambios tenues y un lenguaje por momentos disímil en la propuesta y la boca de los educadores. Entiendo a la escuela como ese lugar de oportunidades por excelencia y de tránsito educativo. Entiendo a la educación hoy como un espacio diferente.

Esta conferencia, la cual invito a ver a cada lector, nos muestra  a Carlos Skliar en sus características profesionales totalmente entrelazadas. Como docente de literatura, basa mucho la conferencia en el uso y cadenas de metáforas (justamente una segunda mirada e interpretación de lo que se dice y escucha) para remitir a la educación y los procesos educativos. Como docente de filosofía, inspira desde el razonamiento y reflexión filosófica con cita constante a autores que actualiza más allá de su época y los traslada al proceso educativo actual. Por ejemplo, la referencia metafórica, simbólica, en la anécdota sobre nuestra niñez y los juegos simbólicos, ese juego tan común en ese período como es ser maestra o maestro, aplica a la enseñanza, aplica a un educador enseñando, pero, ¿cuándo nos convertimos en evaluadores? no jugamos a evaluar sino que jugamos a enseñar. La escuela nos hace formativos, nos hace sistemáticos y nos hace evaluadores más que educadores. Las reminiscencias filosóficas, nos genera una reflexión sobre lo que decimos y sobre todo, cómo lo decimos, con qué intención, con qué carga, con que experiencia, con que apertura y con qué sentido. Somos educadores y en educación, lo que se dice, la palabra del educador es mucho. Puede construir o destruir al mismo tiempo. Entonces, desde la propuesta pedagógica de Skliar, acompañando esta reflexión, en definitiva, no es un lenguaje único lo que se plantea sino un lenguaje unificado. No es un lenguaje técnico que nos diferencie por la diferencia sino que sea un lenguaje de bien común, donde el lenguaje sea parte de todos los educadores hablando el mismo lenguaje, mirando con los mismos ojos, escuchando lo que nos quieren decir.

En su libro Pedagogías de las diferencias, Carlos Skliar dice: “Aquello que ponemos en juego en el educar, es decir, lo que ofrecemos, lo que donamos, lo que intentamos poner en común, debería dirigirse a cualquiera, a esos otros que nunca pierden su carácter de desconocidos y a quienes quisiéramos recibir tanto en su generalidad como en su singularidad”. (2019:25) Si queremos hablar en un lenguaje común de inclusión, entonces tenemos que hablar “diferente”.

La inclusión se ha tornado en un tema de suma importancia en la educación de hoy, y desde donde se puede observar, el entendido de inclusión puede asociarse a cuestiones políticas, burocráticas, jurídicas y muchas más. Pero, ¿cómo hablamos de inclusión cuando hablamos en educación? No desde un marco teórico referencial, sino de una teoría en un lenguaje propiamente educativo. 

La inclusión como idea formativa, como idea de formación, expone a aquellos educadores como personas que incluyen. Pero esta resumida referencia no alcanza. En la posibilidad de crear o de obtener un lenguaje en educación debemos preguntarnos si la educación ya no tiene un lenguaje propio o al menos un lenguaje propiamente de educación y/o pedagogía. Skliar a esto respondería que sí, que hay un lenguaje y una gramática propia de educación pero con la dicotomía o la controversia de que no hay un lenguaje estrictamente educativo hoy en día porque ese debería ser un lenguaje para todos y todas. La educación, como un bien común debe estar disponible para todos y todas pero, así, delante de ese bien común, no podemos utilizar un lenguaje privado. Esta ambigüedad que presenta al lenguaje educativo lo canaliza en que lo que existe son “tonalidades educativas diferentes”. Puede que exista un lenguaje común, que no debe ser entendido como privado por los educadores y las educadoras, y que debe ser diferente al tono en que se habla en otro marco teórico de temas concernientes a la educación. La educación debe hablar de esos temas con el tono de educación. “En tiempos en que se insiste con cierta obsesión en que hay que educar a todos, en que hay que incluir a todos, no es menos pretenciosa -pero sí sin afectaciones ni palabras de moda- la morosidad con que pudiéramos asumir la responsabilidad de enseñar a los demás. Enseñar como mostrar, como dejar signos que otros -cualesquiera sean- descifrarán a su tiempo y a su modo.” (Skliar, 2019:25)

Educar es tomar partido. Educar es asumir mi rol y mi profesionalismo con la palabra. Educar es decir, en el sentido más puro de orientar, de acompañar. 

“Tomar partido” es una expresión que se parece mucho a la decisión, a escoger un lugar desde donde hablar, a tomar la palabra -determinadas palabras-, a hacer surgir una voz que ya no duda en su contenido ni en su trayectoria. (…) Y uno, dándose cuenta o no, sabiéndolo o no, “toma partido” ante cada situación, a cada instante, porque es imposible una supuesta neutralidad a la hora de sentir y pensar lo educativo. (…) Ese “tomar partido” nos hace pronunciar un lenguaje despojado, sin rodeos; es una voz que intenta no dejarse seducir ni atrapar por las trampas de la tecnificación de la pedagogía ni por las falsas fronteras entre la exclusión y la inclusión. (Skliar, 2019:26) 

Pues mis decisiones, mi habla, corresponde a la justicia y no al derecho. Pero los docentes, ¿nos entendemos como figuras de justicia o de derecho?

La lengua educativa por tanto necesita una lengua ética. Una lengua pronunciada por una ética anterior, con una relación ética intrínseca a la educación, en función del bien común. Una lengua transparente y clara. Una lengua en el vínculo con el otro.

El reto, que sí lo hay, es ampliar la dimensión de la formación no sólo “incluyendo” el relato de los hasta aquí supuestamente “silenciados o silenciosos”, sino el de generar espacios de libertad y de igualdad donde ir hacia el encuentro, escuchar, percibir, atender, permanecer y construir una formación acerca de lo común. Y lo común aquí no significa necesariamente lo universal, sino más bien aquello que, destinado a cualquiera, afecta a cada uno. (Skliar, 2019:46)

En esta línea de pensamiento, Skliar propone cuatro atributos que debe tener un lenguaje por el bien común en educación, en referencia a una lengua ética en el vínculo con el otro: una óptica (mirar), una acústica (escuchar), una sensibilidad hacia lo frágil y una respuesta a lo singular. Estos cuatro atributos se deberían tener en cuenta desde nuestro rol como educadores y en función pedagógica.

  1. La óptica.

Los educadores debemos encontrar y manifestar una “forma de mirar” que sea transparente, ética, clara, sin nubarrones o viscosidades empañadas por un pensamiento propio sino por una mirada educativa. La mirada nos presta una forma de reconocimiento, una forma de dar a esa interpretación un valor ético y profesional que se enfoque en el otro desde su propia particularidad, desde su diferencia. Todos y todas tenemos una forma de mirar y debemos revisar esa forma en que miramos, mirar con hospitalidad, mirar desde una ética óptica. Mucho de esta característica óptica tiene que ver con cómo nos hemos formado, preguntarnos, ¿qué me formó? ¿cómo me he formado? colabora en mirarse hacia cómo he sido educado y transfiere a educar la mirada. Como educador, tengo influencia de las experiencias que expongo y ellas pueden tanto generar oportunidades como anulaciones de tránsito. El educador es parte, es agente de ese proceso formativo y la pregunta sobre la que debemos reflexionar es ¿cómo puedo acompañar para que esa persona en tránsito de educación pueda ser del modo que quiera ser?

Aquello que tengo para enseñar -es decir: lo que ya sé y lo que todavía no conozco, lo mucho y poco, lo relevante o superfluo, lo que está cerca y lo que está lejos de mi vida o de otras vidas- debería ofrecerse a cualquiera, más allá de cómo lo reciba, qué haga con ello, cuándo. (…) Ésta es para mí la noción de igualdad más reveladora y más certera: considerar a cualquiera, sin excepción, un igual. Así, la igualdad no podrá ser algo que ocurra después de los efectos de un cierto tipo de propuesta educativa, sino que debe ser inmediata, primera. (…) En todo ello se convierte el arte de educar: en saber de algún modo, en qué momento nos dirigimos a cualquiera y en qué momento nos dirigimos a cada uno. (Skliar, 2019:37)

     2. La acústica.

La posibilidad pasa también del mirar al escuchar. Antes de hablar, opinar, decir; hay que escuchar. Cada uno trae y traemos nuestra propia historia, nuestro propio relato, nuestras propias experiencias y ellas, se ponen en juego para el ámbito educativo. La historia que cada uno tiene, que tenemos para contar nos hace diferentes y a su vez nos hace particulares, singulares en el todo. El educador debería, antes de tomar la palabra, escuchar, porque, ¿aquello que incluimos como otro, es otro o es lo mismo? Si tratamos de normalizar al otro en el plano de las características generales, entonces, ¿dónde ha quedado la inclusión? en vez de incluirlo desde la diferencia, lo hemos normalizado a los mismos. La búsqueda académica de igualar, muchas veces (me animo a decir que la mayoría de las veces) no iguala. Intentando incluir, excluimos. La diferencia debe ser tratada con la diferencia pedagógica pertinente y para ello, los modelos adecuados de correspondencia educativa. Quien nos puede dar la orientación para el mejor manejo de esta experiencia educativa es el otro, si en su diferencia se siente incluído o se siente igual y para descifrar esto, lo primero es escuchar.

     3. La sensibilidad hacia lo frágil.

“Se dice que lo frágil es la facilidad de una cosa para romperse, su propia debilidad para deteriorarse; se dice, además, que es lo opuesto a la tenacidad, esa torpe virtud de los objetos y de las personas que insisten en no quebrarse.” (Skliar, 2019:146)

Esta sensibilidad se produce en el educador, en la educadora que ante estas causales de diferencia dice, “no lo sé” y tiene miedo de intentarlo, le produce angustia, incomodidad, ahogo, desazón. Pero lo que nos diferencia en nuestra fragilidad es ese sentimiento de empatía óptimo, de sensibilidad sincera que dice: “no lo sé, pero voy a intentar hacerlo” y que es muy diferente a decir, “no estoy preparado para ello” y entonces, no puedo hacerlo. Es que nunca vamos a estar preparados, y es muy difícil reconocer que no estoy preparado o preparada, o más, aceptar que ante una situación cual, no estoy preparado o preparada, por mi formación, por mi experiencia, por mis aprendizajes, por mi iniciativa, mis particularidades o mis principios. Pero tampoco nunca estaré preparado o preparada para sensibilidades como la del amor o la amistad en una experiencia repentina que sin aviso se me presente y deba enfrentar. Pues todo parte de un mismo sentido, el más propio del ser humano, el sentimiento y la referencia a asumir mi propia fragilidad. Pareciera que siempre es “el otro” el frágil pero en realidad, somos mutuamente frágiles y aceptarnos como frágiles, nos concentra en esa fragilidad para impulsarnos a buscar la alternativa de encontrar la herramienta educativa para incluirme en la diferencia. Como educadores debemos intentar modificar aquello de “yo no sé cómo tratarte” a un “yo intentaré trabajar para incluirte en tus y mis diferencias, pues, yo buscaré acompañarte”.

     4. Una respuesta singular.

La mirada, la escucha, la sensibilidad y la fragilidad, deben responder a ese estudiante en concreto. Ya se mencionaba en líneas anteriores la capacidad del educador por buscar la particularidad en esa inclusión, desde la diferencia y no la normativización desde la generalidad. Pues este atributo, el de la singularidad, apunta a ello. Skliar menciona en su conferencia que el educador debe tener una respuesta “responsiba”; en esta palabra incluye que la respuesta debe ser, responsable. Las acciones y las oportunidades, las experiencias que brinda un educador y una educadora tienen que tener esa responsabilidad pedagógica de incluir en la diferencia. Pues, incluir no puede ser negar la especificidad. El sistema mantiene la diferencia y es inalterable, (pero dejemos de focalizar siempre la culpa en el sistema) lo que particulariza, lo que singulariza, proviene de la persona. El educador, la educadora, habilita, no certifica. No miremos al otro en cuanto a regulaciones en vigencia, miremos al otro en cuanto al otro. Incluir no es borrar la especificidad sino aceptarla y entenderla, hacerla parte de. Si algo se debe borrar, es la diferencia en la oportunidad y en la experiencia.

Hace falta volver a pensar nuestra relación con aquello que difiere de lo que creemos ser nosotros mismos. Hace falta no solo el sinceramiento, la transparencia o la construcción. Hace falta algo más. (…) No sólo un cambio de narrativas o de biografías a una reescritura prolija que corrija el sinsentido anterior. Una ética y una política de la debilidad. La fragilidad propia como escenario de nuestra sensibilidad y nuestro pensamiento. La autonomía que, también, quiere decir dejar en paz. No abandonar: dejar en paz. (…) Ser capaces de una teoría de la fragilidad, de la debilidad, de lo fragmentario, de la vulnerabilidad, de lo incompleto y no ya como condición precaria, de agonía, sino como aquello que nos hace humanos. (Skliar, 2019:83,84)

Como educadores en este plano que vivimos, en este mundo extremadamente cambiante y sobre todo, diferente, la inclusión la encontraremos en incluirnos nosotros mismo, como diferentes. En una pedagogía de un lenguaje ético, que ponga la mirada, la escucha, la palabra y la experiencia en el otro, en cada uno del otro, en la particularidad del otro. Porque siendo diferente es como me siento incluido.

“La belleza del universo no es solo la unidad de la variedad, sino también la diversidad en la unidad.”  Umberto Eco.

Bibliografía.

Skliar, Carlos. Pedagogía de las diferencias. Noveduc, Argentina, 2019.

About Prof. Pablo A. Rey Ríos

En el tránsito de su experiencia educativa, Pablo ha logrado llevar adelantes múltiples proyectos educativos de alto impacto tanto en el plano formal como no formal. Docente de Literatura, involucrado y formado en metodologías pedagógicas activas para el siglo XXI, actualmente se desempeña como docente y desarrollando roles de gestión y asesoramiento pedagógico tanto en instituciones públicas como privadas de Montevideo

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