Reflexiones pandémicas en medio de incertidumbres de impactos educativos
«Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilos»
Julio Cortázar
Vivimos en tiempos de incertidumbre. Estamos atravesando tiempos desconocidos, nos miramos como simples transeúntes distanciados con medio rostro descubierto. Hablamos a través de una pantalla o por medio de una tela que puede llegar inclusive, sin querer, a distorsionar el mensaje. Escuchamos, con frecuencia sin vernos, «apagados». Ya no salimos al encuentro, nos metemos para el encuentro, con otros, lejos. La situación cambió. Los tiempos se han modificado con una vorágine torbellinesca donde nos vimos enredados, sumidos, flotando, distanciados, remolinados y desconcentrados. Cada uno se tuvo que recomponer, rápidamente, como se pueda, con las herramientas que se tuvieran, con las posibilidades que alcanzaran. En medio de la incertidumbre, ensillar alguna certeza que nos permitiera cabalgar en este camino. Una certeza que nos encontrara, que nos acercara y que nos permitiera transitar este recorrido más humanamente tecnológico a distancia, una certeza que todos teníamos, que muchos aún tenemos pero que hoy se ha visto también teñida de incertidumbre, la educación.
Este artículo, si así queremos considerarlo, no pretende ser una proclama, tampoco una disertación, denuncia, ni una justificación al momento vivido. No pretende panfletariamente decir quienes son «los malos» y quiénes «los buenos», no pretende dividir, no es mi intención ni mi rol juzgarlo. Pero sí, como uno de tantos actores de la educación, como un profesional de la educación que me siento y soy, creo que intento en simples palabras poder expresar una humilde reflexión al tiempo vivido. Una reflexión que ayude, que acerque, en tiempos de incertidumbre alguna certeza y esa es: estamos educando.
La dificultad para este tiempo y período educativo la hemos vivido todos, la hemos cuestionado todos. Docentes, familias, estudiantes, agentes del gobierno y autoridades de la educación, direcciones de institutos y todo aquel o aquella que esté compartiendo un rol educador en cualquier escuela y/o centro educativo del país. Hemos vivenciado cambios, desestructuras, aprendizajes en diferentes mecanismos pedagógicos y para ello, me pregunto ¿se ha medido el impacto? Y me lo pregunto desde varios lugares, como padre, como estudiante, como docente, como educador, como profesional… como individuo social.
El impacto fue muy grande y por el momento, pareciera que a la incertidumbre que vivimos la alternativa de superación y de resolución es agregar más incertidumbre. Cuando se visualiza alguna certeza, te deja inquietante, asombrado, desconcertado, con información «a medias». Es de público conocimiento que las informaciones sobre los períodos de cese, retorno, obligatoriedad y no obligatoriedad, han sido comunicadas primeramente por la prensa que por los agentes de gobierno y/o autoridades de la educación. Las hemos visto en diarios y revistas antes que en las conferencias de prensa que con mayúscula claridad explican a los ciudadanos, familias y actores de educación, el tránsito de este tiempo y las variantes que se van incorporando. Pareciera que en un efecto tribunero de brindar alguna seguridad social, el objetivo actual de la educación sea ir de a poco calmando ánimos enaltecidos en las familias por no poder, no saber, no tener las herramientas, no poder sostener el tiempo virtual-educativo con la presencia de la educación en su casa. Y pues, a mi entender, allí es donde está el gran tema a resolver. Pues la familia no tiene por qué tener los elementos, pero hay que orientar, acompañar, unir. Hemos realizado muchos cambios, nos hemos adaptado o no a varios, pero este ha movido las estructuras mismas de la concepción educativa, de la concepción de escuela, en ese formato tradicional inclusive y arraigado, propio de nuestro país. Hemos modificado el formato de asistencia y participación de aula, pues, hemos llevado la escuela a la casa. La educación presencial, como sistema de encuentro educativo por excelencia permite, además de abarcar los criterios académicos, atender al vínculo entre educador y educando, ese vínculo que es fundamental, donde se acompaña el proceso de enseñanza-aprendizaje desde varias aristas; las de conocimientos, las emocionales, las sociales, entre muchas otras fundamentales. La pandemia rompe con esa estructura y nos hace abrir una ventana muy diferente, correr las cortinas para el ingreso de un sol difuso, una luz intermitente que no depende únicamente de cómo alumbre sino de las posibilidades que cada estudiante y cada docente, cada centro educativo y cada escuela tenga para hacer llegar esa luz. Y sobre todo, cada familia. En un criterio general, suponíamos tener la certeza de que estábamos preparados para la llegada a todo el país por medio de ventanas conectas, ventanas simbólicas de pocas pulgadas y conexiones remotas. Hemos escuchado y reproducido que «la virtualidad ha llegado para quedarse» y que la «tecnología nos permite estar cerca», puede ser, ¿pero es tan así? ¿para todos y todas es así? La posibilidad que nos ha brindado el Plan Ceibal colabora a este sistema, las redes, los sistemas de vinculación por plataformas, la conectividad remota, la fibra óptica, el wifi en la escuelas, sin duda, avances tecnológicos precisos y fundamentales a la hora de poder concretar una nueva estructura pedagógica de educación, pero si bien la tecnología está (o en muchos casos me atrevo a decir, posiblemente está) ¿hemos logrado que funcione acertadamente? ¿que funcione certera y educativamente? Y no estoy buscando culpables, al contrario, no quiero exponer una y otra parte como responsable, para nada, no es el objetivo de esta reflexión, sino, la búsqueda de alguna certeza en tanta incertidumbre. Quiero hacerme cargo de esta situación, quiero colaborar y acompañar este tiempo pandémico exponiendo lo que veo, lo que vivo, desde mis múltiples roles personales.
Nuestro sistema tradicional de enseñanza expone el funcionamiento presencial donde cada familia, depositando su confianza en un centro educativo, transita la vida educativa de un niño o niña, jóvenes, enmarcado en un aula y una Escuela como espacio de encuentro entre esos niños y esas niñas, esos jóvenes y su maestra, maestro o docente. El familiar adulto, léase padre, madre, tutor, abuelo, abuela, tía, tío, acompañante, colaborador o quien esté en presencia de ese menor hoy en la virtualidad, no ingresa al aula tradicional escolar. El espacio escolartradicional transcurre en y con su grupo de pares, los aprendizajes y experiencias funcionan con sus propios desarrollos, con sus propias decisiones, encuentros y desencuentros. El adulto o los adultos referentes de las instituciones educativas son profesionales que acompañan en ese proceso, en ese tránsito educativo, como dije anteriormente, en varias aristas. Esto genera una cultura de identidad, de grupo. Hace una primera estructura social donde el compartir instancias concretas de vida, sociales, culturales y académicas, posibilitan herramientas para el propio desarrollo de cada persona. Estos acuerdos y desacuerdos están acompañados por esos actores educativos, profesionales de la educación que no son los mismos que en el hogar. Este sistema tan tradicional, en realidad, tiene aún su efectividad y creo conscientemente que es de todo lo que podemos y necesitamos modificar, lo que debemos mantener. El vínculo y la presencialidad. Pues, hoy este sistema se ha visto alterado, la ruptura es notoria. Los vínculos son a través (en el mejor de los casos) por medio de una pantalla. El docente al abrir la ventana ya no ve al patio de su casa en la intimidad de su hogar sino que ingresa por esa misma ventana, como en un extraño efecto de Magritte, a las ventanas de los hogares con sus estudiantes. El aula ya no está en la escuela, el aula está en las casas, en la plaza, en la calle, en ese espacio en donde esa ventana ha sido abierta. A mi lado no está mi compañero o compañera, con quien consultaba, compartía y reía. A mi lado, y en el mejor de los casos, hay un adulto, que en su formación, en su conducta, en su posibilidad y disposición, acompaña y también ve, mira, observa y escucha el aula. La tecnología posibilita esto, agradeciendo a la tecnología todo lo que nos da, pero ese concepto de que, «la tecnología nos garantizaría la posibilidad de mantener las escuelas y los procesos educativos», creo que está en gran discusión. Ese adulto (vuelvo a reiterar, en el mejor de los casos) que acompaña en la virtualidad, acompaña desde sus posibilidades. Y ese docente, vectorizado y enmarcado cibernéticamente, por más creatividad, disposición y entusiasmo que tenga y proponga, lamentablemente, también se siente alejado. Aquí es donde me pregunto ¿hemos medido este impacto? puesto que, todas las partes se necesitan y esto no es nuevo, pero colabora a reafirmar un criterio educativo que tal vez habíamos perdido, habíamos olvidado como sociedad; todas las partes se necesitan y tanto familias, docentes y estudiantes, desde sus posibilidades están haciendo lo mejor posible para sustentar este impacto, para disminuirlo, para al menos entre tanta incertidumbre, transmitir alguna certeza… caminamos juntos, ensillamos la misma cabalgadura. Debemos creernos en que todos y todas ponemos lo mejor de nuestra parte para esta situación, debemos creernos que podemos ayudarnos y que todos y todas estamos haciendo lo mejor para el tránsito educativo. Los resultados no son inmediatos, no. Soy un creyente de la educación como instrumento, como herramienta, que alcanza y transita muchas competencias y que los conocimientos se van adquiriendo y procesando con tiempo, con diferentes tiempos, como cada uno somos, diferentes. El acelerar un proceso no colabora en nada, al contrario, genera frustración y desánimo, por esto, y en medio de esta incertidumbre, dos posibles acciones que colaboren: paciencia y confianza.
Entiendo que las familias tienen sus propios intereses, incertidumbres y miedos también. Que «no se aprenda», «que la maestra, el maestro o los profesores estén todo el tiempo de clase conectados con ellos para que no se pierda nada», lo he escuchado. Entiendo que los docentes tenemos nuestros propios intereses, incertidumbres y miedos también. Que «no estén aprendiendo», «que las familias les están haciendo todos los trabajos enviados por plataforma para la instancia asincrónica de educación», lo he escuchado. Entiendo que las autoridades de gobierno y los representantes de la educación tengan sus propios intereses, pero por favor, no impartan más incertidumbre y miedos también, es su responsabilidad ser claros, trabajar en la claridad y exponer, por favor, alguna certeza educativa. Ocuparse de la actualización de planes y programas, brindar alternativas, acompañar a los educadores y familias, en definitiva, recordando a Mario Benedetti, en este caso, defender la alegría a la educación como bandera.
Desde mi posición y reflexión, nada nos va a garantizar que el aprendizaje haya sido «mejor o peor» si resolvemos las incertidumbres, miedos o intereses expuestos por las familias o compañeros docentes. Que el referente educativo esté la totalidad de horas que sea, que se plantee o proponga frente a una pantalla, no generará una respuesta inmediata calificativa a ello. Que el docente piense que las familias están haciendo el trabajo del niño, niña o joven, tampoco. Eduquemos en la libertad y la confianza. La educación no es únicamente impartir, adquirir, recibir, depositar conocimientos, no, ha caducado ese concepto, estamos en otro tiempo pedagógico, busquemos alternativas. La educación va de la mano de interpretar la vida, de hacer posible esa experiencia en que nuestros estudiantes, niños y niñas, jóvenes de nuestro país sean libres, tengan pensamiento crítico, puedan resolver situaciones cotidianas con esas experiencias vividas y transitadas en sus procesos de enseñanza-aprendizaje. No somos meros atracadores de conocimientos, somos actores educativos, acompañamos los procesos, caminamos con ellos. Somos transeúntes de la educación.
Este tiempo vivido, sin duda, y realmente sin duda, está generando experiencias y hace aprender, en el sentido más puro de la palabra aprender, a cada estudiante, a cada docente y a cada familia. Estamos aprendiendo, a ser resilientes, a readaptarnos, a reacomodarnos, a superarnos. Y esto, será un agente fundamental en los procesos de aprendizaje, nos está enseñando la vida misma y lo cual, es el sentido más puro y acertado de la educación; educar para la vida.
Podemos avanzar, sin duda que podemos avanzar, pero hay que soportar la embestida. Confiemos en los procesos de enseñanza-aprendizaje y no en que la educación inmediata tenga resultados inmediatos, pues, «enseñar no es transferir el conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción», Paulo Freire.